El efecto dominó: capacitar a las niñas para afrontar las crisis, hacer valer sus derechos y desafiar las normas sociales perjudiciales

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Con el tema La niña que soy, el cambio que lidero: Niñas en la primera línea de la crisis, el Día Internacional de la Niña 2025 es una oportunidad para destacar el liderazgo de educadoras y estudiantes que están enseñando, aprendiendo y creando un cambio positivo en contextos de crisis. En la siguiente reflexión, la exalumna de Enseña por México, Wendy Gallegos, comparte su experiencia enseñando en una comunidad donde la violencia y el acoso sexual son comunes, y cómo su perspectiva sobre el liderazgo fue moldeada al presenciar cómo las niñas que viven en contextos de crisis y violencia aún pueden encontrar maneras de liderar el cambio y transformar sus realidades.
Desde 2021 hasta 2023, serví como becaria en Enseña por México en el estado de Guanajuato, una de las regiones con los niveles de violencia más altos del país, incluyendo algunas de las ciudades más peligrosas de México. Este contexto afecta a las niñas en particular: en Guanajuato, más del 60% de las mujeres ha experimentado alguna forma de violencia en su vida, y las niñas y adolescentes son especialmente vulnerables a la violencia sexual y al acoso escolar —situaciones que a menudo limitan su capacidad para soñar, actuar y liderar el cambio en sus comunidades.
A lo largo de mi trayectoria profesional, la vida me ha colocado en diferentes roles y contextos —cada uno con su valor único e importantes lecciones. Sin embargo, trabajar con estudiantes de secundaria también me llevó a cuestionar qué estamos haciendo, como sociedad, para dejar de dañar a los niños y jóvenes, particularmente a las niñas que crecen en entornos marcados por la violencia.
Durante mi trayecto cómo Profesional de Enseña por México en Chichimequillas, una comunidad en Silao, Guanajuato, fui testigo de cómo la comunidad enfrentaba serios desafíos de seguridad impulsados por dos factores principales: primero, la ausencia de los padres debido a que habían migrado, y segundo, que algunos individuos se dedicaban a actividades criminales como el robo a mano armada o el narcotráfico. Estas circunstancias convirtieron a la comunidad en un lugar inseguro no solo para los forasteros, sino también para los locales —hasta el punto de que a las niñeces y jóvenes se les pedía que se quedaran en casa cuando regresaran de la escuela.
Como becaria en esa comunidad, me encontré con una realidad que me dejó sintiéndome impotente y descorazonada. Mis estudiantes, aunque llenos de energía, creatividad, sueños y metas, también estaban profundamente solas/os. No tenían a nadie en quien pudieran confiar de verdad; muchos cargaban con historias de abuso dentro de sus familias; y el miedo estaba siempre presente: miedo a la violencia, miedo al narco, y sobre todo, miedo a “no llegar a ser alguien” —como ellas mismas lo expresaron.
Mientras veía a mis estudiantes crecer, noté cómo empezaron a aprender a relacionarse entre sí a través de roles y estereotipos de género. Vi cómo aceptaban, con incomodidad, el manoseo y la sexualización de sus cuerpos; cómo a los niños se les permitía acosar e intimidar a las niñas “porque eran hombres”; cómo las niñas estaban constantemente compitiendo para humillarse unas a otras y presumir el “mejor cuerpo.” Las conversaciones sobre los cuerpos de otras personas estaban llenas de burla y desdén. Maestros y administradores lo sabían, pero lo desestimaban, argumentando que las niñas eran simplemente “demasiado listas y traviesas,” y que los niños no podían evitarlo —que simplemente era su naturaleza.
Cuando decidí tomar acción, comencé a trabajar con las niñas. Juntas exploramos la sororidad y el poder que cada una tenía para tomar decisiones sobre sus propios cuerpos. Nunca antes habían hablado de estos temas, pero se conectaron de inmediato. Incluso aquellas que habían sido “rivales” se tomaron tiempo para escuchar y compartir. En esos momentos, trabajaron juntas y se aconsejaron mutuamente sobre qué hacer y a quién acudir si alguna vez necesitaban ayuda. Me dijeron que querían organizar una marcha como las que veían en la televisión para protestar contra la violencia hacia las mujeres, especialmente porque se acercaba el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Después de un largo debate con la administración escolar y con el apoyo de algunos maestros, se concedió el permiso. Fue una batalla ganada que las llenó de esperanza.
Sin embargo, también había trabajo por hacer con los chicos. Con el apoyo de mi coordinadora de liderazgo, diseñamos un taller a nivel escolar sobre prevención del acoso. Analizamos canciones y videos populares que normalizaban la violencia de género y sexual, cuestionamos los juegos que jugaban entre ellos, hablamos sobre el acoso, revisamos el violentómetro, (una herramienta para identificar niveles de violencia), y, finalmente, discutimos el consentimiento. Fue conmovedor ver sus caras de sorpresa mientras preguntaban: “Entonces, ¿eso significa que acoso?” “¿Ahora qué hago?” “¿Cómo le digo a mi mamá que hay violencia en casa?” “¿Entonces cómo se supone que les decimos a las niñas que son bonitas?” Juntos, descubrieron cómo reformular sus maneras de relacionarse entre sí.
Reconozco que el cambio no ocurrió de la noche a la mañana, y ni siquiera puedo decir que lo vi desarrollarse por completo. Pero me quedé con la certeza de que algo cambió. Las y los estudiantes aprendieron que había otras posibilidades. Aún conservo el recuerdo de sus rostros traviesos e inciertos mientras dudaban, sin saber si estaban cruzando una línea —pero el simple hecho de que se detuvieran a pensarlo me mostró que el esfuerzo había valido la pena.
Con mi experiencia les quiero compartir que iniciativas como estas, incluso a nivel de una escuela local, equipan a las niñas para navegar crisis, afirmar sus derechos y desafiar normas sociales perjudiciales. Cuando se apoya a las niñas para que actúen como líderes en sus comunidades, se crea un efecto dominó que puede ayudar a abordar problemas sistémicos más amplios, como la violencia generalizada y la desigualdad de género, demostrando la importancia crítica de empoderar a las niñas en la primera línea de la crisis.